El Manzano de Tunuyán

miércoles, 12 de febrero de 2014
El Manzano de Tunuyán, un espacio que oculta muchas historias, algunas paranormales. Pero quizás el más extraño es un suceso que se repite todos los 25 de febrero de cada año. Muchas personas han intentado captarlo pero muy pocos lo han logrado ya que sólo algunos llegan a percibirlo.

El evento además ha sido percibido en diferentes partes del mundo, pero los científicos todavía no encuentran explicación alguna, y la gente ha intentado darle lógica desde diferentes puntos de vista.

Las vacaciones estaban casi en la recta final, a mediados de febrero del 2010. Sin darse cuenta, los asuetos de estudio habían pasado volando para cuatro amigos que decidieron ir a acampar al Manzano unos días, como para cerrar las vacaciones.

Así es que Romina, Rocío, Maxi y Lucio, los cuatro amigos se hicieron el viaje desde la capital mendocina hasta Tunuyán, dispuestos a pasar días agradables en el lugar, sin saber que se llevarían de recuerdo el susto de sus vidas.

Armaron la carpa; ordenaron los bolsos y decidieron salir a caminar antes de volver para preparar el asado como cena. Llegaron a la Cruz y tomaron por la calle asfaltada; llegaron a la casa de un puestero que estaba ordeñando una cabra casi en plena calle. Los cuatro amigos se acercaron por curiosidad, y el hombre amablemente les dio charla, algo enojado porque su pequeño puesto se estaba empezando a rodear de hoteles y cabañas para el turismo.

“Los mejores años quedaron atrás. Ahora este lugar se llena de forasteros que encima ensucian todo.” Les dijo Jachal, como se llamaba el hombre. Los compañeros no sabían mucho ya que visitaban el lugar cada tres años, pero sí notaban el cambio en el lugar.

El hombre los invitó a su enorme casa donde tenía en las paredes varias cabezas de animales, y varios bichos petrificados en los muebles. Un lugar bastante rústico, como solían ser los puestos de época.

Los cuatro, le contaron que venían de la ciudad a pasar algunos días en carpa. Jachal los miró algo indiferente y les dijo mientras ponía la leche en la heladera: “Entonces les gustará saber algunas cosas que pasan acá en el Manzano. Muy poca gente sabe de eso. Es claro que se mantiene oculto para no espantar a la gente. Pero yo sé que ustedes son jóvenes y en una de esas hasta se animen a ir a averiguarlo ustedes mismos.” “Claro que no vamos a ir, sólo venimos a acampar. No venimos a investigar nada.” Le respondió al instante Rocío, la más “centrada” del grupete. “Pero que nos cuente, no está de más saber algo que pocos saben.” Dijo Lucio ansioso por escuchar la historia. “Bueno, les cuento ustedes hagan lo que quieran, yo sólo se los hago saber para que sepan en donde están cada vez que vienen al Manzano.” El hombre bajó del techo una tira de salame seco que tenía colgada; sacó pan casero y les sirvió en una tabla.

“En realidad no es una historia precisa. Lo que les voy a contar es sobre algo que sucede todos los años acá, cerca de la Cruz. Muchos de los que han venido y yo también lo hemos sentido. Todavía nadie sabe con precisión lo que es.

Es un extraño zumbido silencioso y muy suave. Se siente durante toda una noche, un día especifico del año, el 25 de febrero. No sabría explicarles cómo es el sonido, porque nunca he escuchado nada parecido. Lo raro es que comienza despacio y aumenta gradualmente, vuelve a apagarse y aparece nuevamente. Mucha gente amiga que ha venido dice que las manos le vibran cuando lo sienten y que parece venir de todas partes, es decir que no se sabe de donde viene específicamente.

Mis familiares que vienen cada tanto, lo han escuchado; mi hijo que entiende más de tecnología averiguó un poco y según dice, es un zumbido que ha sido avistado en muchas partes del mundo, y que generalmente pasa en campos o lugares aislados.

Yo hace 40 años que vivo acá y lo escucho, algunos años se siente más fuerte y otros no tanto. Mi hijo me contó que es porque es un zumbido de baja frecuencia, o algo así, que algunas personas sólo pueden escucharlo porque es muy bajo para la percepción del oído humano. Pero los animales, eso es otra cosa. Siempre que se escucha, mis cabras empiezan a correr como locas; los perros empiezan a aullar y se sienten los pájaros que vuelan de árbol en árbol como desorientados.

Ustedes están de suerte, la fecha en la que se escucha el sonido es mañana sino me equivoco. Así que si quieren vayan al lugar donde se escucha: es detrás de la Cruz, en la piedra grande que se ve, párense ahí y escuchen. Después vienen y me cuentan qué tal les fue. Yo los acompañaría pero prefiero quedarme para controlar a las cabras, puede que se vuelvan locas.”

Los amigos se miraron entre ellos, las mujeres por su parte hicieron un gesto con la cabeza negando. “Chicas, vamos, es un sonido choto que se escucha. Vamos a ver qué pasa, no nos va a pasar nada.” Les respondió Maxi codificando el gesto. “Bueno, vamos. Conste que nosotras no queríamos ir. Porque si pasa algo, después nos echan la culpa a nosotras, como siempre.” Dijo Romina, que no tardó en convencerse.

“No les va a pasar nada, es solamente un zumbido. No les voy a mentir, provoca mucho miedo. Pero no pasa más de eso.” Les contestó Jachal que ya parecía con sueño; por lo que los compañeros decidieron despedirse para volver a hacer el asado.

El día siguiente transcurrió normal para los amigos, entre joda, cervezas, cartas y charlas, llegó la noche del 25 de febrero. Lucio se percato de tener su celular con batería para poder grabar, si podía, el zumbido del que hablaba Jachal.

Eran las 12 de la noche y partieron al lugar con algunas frazadas, y leña para hacer fuego cerca de la piedra gigante. Llegaron, se instalaron, prendieron el fuego y un par de cigarrillos, sacaron el termo y se dispusieron a esperar tomando algunos mates.

El reloj marcaba las dos. No habían escuchado absolutamente nada, excepto por los gritos de algunos fiesteros acampando. Ya se habían resignado, y el sueño les estaba pegando de a poco. De repente, sin aviso, Rocío empezó a escuchar un soplido, como cuando corre viento, el problema era que no había nada de viento. “¡Chicos, ¿escuchan?!” Les dijo agarrando el brazo de su amiga. Los demás se quedaron tiesos con los ojos abiertos y blancos como un huevo esperando escuchar. “¡¡Sí, sí!! ¡Lo escucho es como un soplido!” Expresó Maxi en voz baja. Romina y Lucio, permanecieron callados, todavía no podían escuchar nada. Pero el sonido fue progresando, ya no era un suave soplido, más bien era como una trompeta metálica que perduraba un tiempo y se minimizaba por momentos. La cara de los cuatro era de pánico, estaban congelados, era claro que todos escuchaban lo mismo.

Se quedaron en silencio unos 30 minutos, escuchando el sonido con la piel erizada y la batería del teléfono casi agotada de tanto grabar. “Chicos yo me quiero ir. No me siento bien” Les indicó Rocío tapándose los odios. Parecía que no iba a suceder más de eso: el sonido metálico de una trompeta que subía y bajaba. Pero cuando Romina se levantó para acompañar a Rocío, vio una luz blanca y muy brillante que salía en el oeste a unos cuatro kilómetros (para los que conocen, cerca del hotel quemado). “¡¡¡Chicos, chicos. Miren!!!” Les dijo Romina silenciosamente saltando del miedo y los nervios.

La luz era ovalada y muy brillante, luego se fue haciendo transparente cuando se traslado lentamente hacia un cerro en el norte, a unos dos kilómetros de donde estaban los cuatro observando. El sonido nunca frenó, seguía repitiéndose. Un silencio terrorífico se sentía en el Manzano, excepto claro, por el zumbido; los perros del lugar empezaron a aullar, tal como había señalado Jachal.

“¡¡Chicos por favor vámonos!!” Les decía Rocío asustada. Todos accedieron menos Lucio quien se quedó pensando y les respondió “Che, esperen. Deberíamos ir a ver si el Jachal está bien. Acuérdense que nos dijo que se le armaba lío con las cabras. Capaz necesite ayuda.” Los demás se miraron entre ellos y aceptaron porque sabían que era un hombre mayo y que además vivía solo.

Así es que levantaron las cosas, y corriendo fueron a la casa del hombre que quedaba a unos 300 metros. Mientras corrían, prestaban atención al cerro donde se había “posado” la luz; parecía que no había nada. Pero cuando estaban a algunos metros de la casa de Jachal, el cerro se iluminó con la luz blanca. Golpearon la puerta desesperadamente, pero nadie respondía. Desde donde estaban escuchaban los perros de Jachal aullando y ladrando, seguido de algunos golpes de chapas y demás objetos. Los amigos decidieron entrar a la casa sin permiso. No había nadie. Encontraron una escopeta apoyada en la pared al lado de la puerta que daba al patio. Se acercaron y vieron como el hombre intentaba controlar a las cabras y gallinas que saltaban para todos lados gritando. Los compañeros entraron al patio para ayudar al viejo. “Amigos, ¿Qué hacen acá?” les dijo Jachal agitado. “Fuimos al lugar y escuchamos el zumbido, que acá casi no se escucha; y pensamos que necesitaría ayuda con las cabras” Le dijo Lucio ya preparado para salir corriendo a atrapar los animales. “Qué suerte que estén acá. Ayúdenme. Esta noche parece que no va a ser igual que años anteriores. Esa luz nunca la había visto” Contestó el hombre. En ese momento el corazón les latía a mil por hora, pero ya estaban en el lugar. Así que empezaron a ayudar intentando atrapar a los animales. Los perros en un momento empezaron a llorar y se metieron a la casa asustados. Los pájaros revoloteaban yendo de un árbol a otro. En la casa de “los vecinos” escuchaban silbidos y gritos, al parecer estaban en la misma situación que Jachal y los cuatro amigos.

Después de 20 minutos encerrando los animales, entraron a la casa cansados y asustados. El sonido se escuchaba pero más despacio. La luz en el cerro se apagaba y volvía a brillar, la veían clara desde la ventana. Jachal les sirvió agua y se sentaron en la mesa a descansar. De golpe, se cortó la luz, quedaron en plena oscuridad. Maxi vio como todo el lugar había quedado en penumbras. Por suerte el hombre tenia varias velas. Encendieron algunas en toda la casa. La luz del cerro había desaparecido. Pero el sonido empezó a escucharse más fuerte. Los amigos asustados intentaron calmarse entre ellos. Pero el miedo los había atacado. “No tengan miedo. Tienen que estar lucidos ahora.” Palabras para nada alentadoras de Jachal que sostenía la escopeta parado en la puerta.

Los animales empezaron a gritar, y el sonido de la trompeta metálica empezó a sentirse más fuerte. En ese momento sintieron como algo se posaba sobre el techo, fue un ruido suave, parecía que se asentó dócilmente sobre la chapa del techado. Luego empezaron a sentir pasos muy lentos y pesados. Todos estaban en silencio. Rocío había comenzado a llorar y Romina le tapaba la boca para que no gritara. Los pasos seguían en el techo, iban de un lado al otro; escucharon que se fueron al patio. Un golpe seco se sintió, parecía como si hubiese saltado desde el techo. Luego, y para empeorar la situación, escucharon las persianas de la ventana que tenia en la habitación de Jachal. Consideraban que alguien había entrado a la casa, podían percibir los pasos y los golpes en los muebles, como si se los llevara por delante.

Los cinco se quedaron parados en la esquina, y Lucio le hacia señas a Jachal diciendo que salieran de la casa. Le hacia gestos para que le diera la llave de la puerta, pues el hombre había enllavado por miedo, pero no se acordó de las ventanas.

Jachal, se acercó a ellos y les dijo en silencio “No tengo la llave. Se me tiene que haber caído afuera. Vengan, vamos a la despensa.” Todos lo miraron con ganas de pegarle pero no tenían opción. Pegados a la pared se fueron a la despensa que quedaba en dirección contraria a la habitación del viejo; donde seguían escuchando los pasos y ruidos de papeles y ropa que volaban por la habitación.

Eran las cuatro de la mañana, y todos seguían en la despensa. El sonido no paraba. Ya no escuchaban un solo paso, eran varios, que recorrían toda la casa. Revolviendo los cajones, golpeando los muebles en la oscuridad.

“Los voy a cagar a tiros quien quiera que sea.” Dijo Jachal, decidido a empezar un tiroteo. En ese momento Lucio le agarró el brazo y le dijo “¡Te quedas acá! No sabemos qué carajo es lo que hay afuera. No nos arriesguemos. Quedémonos acá hasta que se pase.” El hombre lo miró medio con rabia pero después recapacitó y bajo la escopeta.

Se quedaron en silencio unos 30 minutos, hasta que dejaron de escuchar los golpes en la casa y el sonido metálico se apagó completamente. Eran las 6 de la mañana. Abrieron la puerta despacio y salieron. La casa era un desastre: los cubiertos, ropa, papeles, ollas, todo tirado. Jachal apuntando con la escopeta se dirigió al patio para ver sus animales, que horrorosamente, algunos de ellos, las gallinas sobre todo, estaban muertas. Los perros estaban debajo de la cama asustados. El pobre hombre empezó a llorar por la catástrofe que había dejado lo que sea que hubiese pasado por su casa esa noche.

Después de ayudarle a ordenar y limpiar un poco, los amigos se despidieron para volver a sus carpas pues ya eran cerca de las 9 de la mañana. El hombre les agradeció y les pidió que mantuvieran el secreto y que volvieran para charlar. Se habían hecho amigos.

Con las frazadas a cuestas y el cuerpo relajado de tanto miedo y nervios, los amigos caminaron hasta su campamento. Pero al pasar por la cruz vieron algo que atravesaba el cielo, parecía que volaba bajo y tenia forma ovalada, iba en dirección al norte. Lucio alcanzó a sacarle una foto, algo que les quedará de recuerdo y prueba de su relato que vivieron ese 25 de febrero en el Manzano.

Ellos mantuvieron el secreto, pero muchas personas han testificado haber escuchado un zumbido en esa fecha, pero todos lo cuentan de forma diferente; unos escuchan un soplido, otros golpes, otros un “arrastre” de algún objeto metálico. Pero todos coinciden en que no pueden precisar de dónde viene el sonido, parece que los envuelve y que se les eriza la piel cuando lo sienten.

El audio que grabaron los chicos esa noche deben escucharlo con auriculares fuerte para poder sentir la “trompeta metálica.”


Fuente: mdzol.com

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